Tatu Estela

El técnico: ¿un artista frustrado?

Muchas veces se dice que quien está detrás de las perillas es un “músico” frustrado. A tal expresión, me encanta responder que a mi también me han frustrado mucho los “artistas” (entre chicanas todo vale). Obviamente no creo que sea tan así. El arte es parte de mi hogar desde bebé y sin dudas creo que en esta era nos debemos una resignificación del mismo.

Tenemos que aceptar que desde que el audio se puede ver y manipular, casi como el barro para un artista plástico, el oficio ha mutado muchísimo en poco tiempo y no lo estamos aprovechando de este lado del hemisferio.

Desde el primer registro de audio grabado analógicamente décadas atrás, se atravesaron numerosos desafíos para lograr el resultado que hoy tenemos. Limitaciones tan básicas como la captación del audio o buscar que una cinta refleje algo parecido a la realidad. Ni hablar de llegar a grabar más de dos instrumentos en distintas pistas. ¡Otros tantísimos años pasaron para poder aplicar una distorsión o un efecto!

Resumiendo muchísimo, llegó lo digital. Muchos lo vieron como la panacea, el súmmum, aunque en su momento no resultó ser tan mágico ya que había que tener una fortuna en plata y tiempo para sacarle provecho. El día que vimos el audio en una computadora por primera vez, lo digital aún era complejo y costoso. Encima, no nos daba ni una décima parte de lo que nos da en el presente.

La verdadera era digital es HOY. Hace apenas diez, o me atrevo a decir cinco años, el audio digital se puso muy bueno. Junto con un audio potente, tenemos una infinidad de herramientas por un bajísimo costo. Ahora bien, creo que seguimos expresándonos con un chip antiguo, como si casi nada de esto estuviera pasando. Veamos por qué.

Una carga hereditaria y el poder de la industria

En Argentina al menos, no sé si lo que pasa con el audio es por una carga hereditaria o una estética muy nuestra. Acá, este oficio se aprendió rodando. Hace muy pocos años que existen carreras serias sobre ingeniería y acústica, y aún hoy seguimos sin una buena carrera de producción artística. Todo fue prueba y error en el estudio con la banda in situ. Así se fue gestando una estética de rock nacional o folklore, que parecería ser muy difícil de transgredir.

Por otro lado hay un audio muy establecido por la “industria”: ese audio “comercial” repleto de agudos y pasado de sub low, repetido hasta el cansancio. Es verdad también que ha sido una fórmula donde hace una o dos décadas atrás en casi cualquier equipo (muy deficientes por cierto) funcionaba muy bien. Fue una gran novedad poder agregar agudos y graves como nunca existieron, darle al sonido un gran poder y muchísimo volumen. ¡El famoso audio pegador! ¿Cómo no aprovecharlo? El efecto del primer tema es increíble, pero al tercero sentís que todo es muy parecido. Y ni siquiera entre temas de una misma obra sino a todo lo que venís escuchando hace años, porque todo pasa por la máquina de hacer sonar ¿“perfecto”?. Pero bueno… ya pasó un tiempo considerable de esto, y creo que es hora de liberarnos!”

Debemos faltarle el respeto al arte

Andemos nuevos caminos, faltemos el respeto al arte. Durante un centenar de años se buscó todo lo que hoy tenemos: un audio super bueno a bajo costo y herramientas infinitas para tener muchos más colores a la hora de componer y grabar.

Me acuerdo que en mis épocas de estudio en el ITMC (Instituto Tecnológico de Música Contemporánea) las cosas eran bien diferentes. El mejor profesor, el que te bajaba línea más interesante y te hablaba de audio, te decía que tenías que conseguir tener personalidad en tu sonido. ¡Qué difícil! Casi todo con los mismos instrumentos y apenas algún efecto. También viene a mi memoria parte de mi viaje a Inglaterra, donde mi objetivo fue desmitificar el sonido londinense. Visité muchos estudios, vi muchas bandas y tuve charlas con varios ingenieros como el que trabaja con Gilmour. Él me contó que podían llegar a buscar el sonido y las frases de un solo de guitarra durante tres días… sí, como lo lees, ¡tres días para un solo!

Hoy podríamos decir que tenemos tantos recursos que pareciera que nos paralizan más de lo que nos fortalecen. Debemos desaprender un montón de cosas impuestas vaya uno a saber por quién. Tenemos que atrevernos a andar estos nuevos caminos que la tecnología nos brinda. Le debemos al arte una composición basada en lo sónico, más búsqueda, más paciencia, texturas y profundidades. Hoy, si quisiéramos, nada suena “flaco”, sólo un par de elementos pueden sostener una canción. Me pregunto si tendremos el coraje de escucharnos, de hacer arreglos pensando en la obra y aprender a sonar en el contexto planteado por el otro. Pensar que si hay una letra, detrás de ella no tiene que haber una guerra de planos. Y, si buscamos eso, encontrar la forma de lograrlo más allá de las individualidades.

Parece básico, pero son las luchas diarias con las que uno se encuentra frente a una consola junto a músicos sumamente experimentados. También creo que es nuestro deber brindar nuestra óptica y ayudar al artista a enriquecer su canción.

¿Los ingenieros podemos aportar una pincelada al cuadro?

La tecnología abrió un nuevo mundo donde pareciera que todos podemos ser ingenieros así como también todos podemos ser artistas y me encanta. No hay cosa más retrógrada que luchar contra los avances tecnológicos per se. Lo que no dudo es que detrás de cada oficio hay años de experiencia. Nos debemos el diálogo entre las dos partes. Que el artista abra el juego y los ingenieros lo elevamos. Cuando logremos entender al arte como algo sinérgico entre estas dos partes, lograremos una obra completa, única y seremos infinitos.

Tatu Estela 3.4.2018

Productor Artístico, Diseñador Sónico.

Esta nota fue cedida por el sitio Sonido Artístico